A 50 años: Brasil ganó el Mundial-1970 con un ‘jogo bonito’
Brasil ofreció el fútbol más bello de la historia durante el Mundial México-1970. A puro toque y con alto brillo técnico, la verdeamarelha cautivó al planeta con su ‘jogo bonito’ y se quedó para siempre con la Copa Jules Rimet.
Veintidós brasileños buscaron en México el tricampeonato mundial, pero cinco de ellos sacaban la cabeza por encima del resto y tenían que jugar. El problema era cómo acomodarlos a todos juntos con su talento excepcional del mediocampo hacia arriba. Gerson, Roberto Rivellino, Jairzinho, Tostao y Pelé, los cinco podían jugar con el 10 en el dorsal. Cualquiera pudo haber sido el orquestador de aquella selección brasileña del 70. Muchos dudaban que esos cinco cracks pudieran jugar juntos. Su seleccionador lo hizo posible y el 21 de junio de 1970, hace medio siglo, Brasil levantó su tercera Copa Mundial.
– Un viejo lobo –
De nada le valió al periodista Joao Saldanha la eliminatoria perfecta que hizo como director técnico de Brasil para el Mundial de 1970. Lo echaron el 17 de marzo, a dos meses y medio del debut en el torneo.
Oficialmente lo declararon “emocionalmente inhabilitado” para seguir en el cargo. Pero hubo otra gran razón para destituirlo. “No le daba importancia a Pelé, decía que no estaba en condiciones, que sufría de miopía”, apunta a la AFP el periodista mexicano Teodoro Cano, que cubrió ese Mundial.
En contra de Saldanha también jugó su filiación comunista, algo incómodo para la dictadura militar que gobernaba en Brasil. Dos días después del cese de Saldanha, fue nombrado Mario Jorge Lobo Zagallo, bicampeón mundial como seleccionado en 1958 y 1962. Su llegada dividió opiniones. Para algunos era el técnico ideal para ganar la Copa Jules Rimet. Otros vaticinaron que no llevaría a Brasil ni a los cuartos de final.
– Alegría, belleza y armonía –
Instalado como local en el estadio Jalisco de Guadalajara, Brasil salió a jugar en el Grupo de la Muerte, el C, con Checoslovaquia, Inglaterra y Rumania. Sin preocupación por el juego brusco de sus rivales, la Verdeamarelha salió a cumplir la promesa de su entrenador: “Brasil vino a jugar fútbol”. Y eso hicieron los sudamericanos con toques precisos, ritmo cadencioso, jugadas de fantasía y muchos goles. “A Brasil le metían un gol, y metía dos o más; le metían dos y metía tres o más”, recuerda Teodoro Cano que cubrió ese Mundial para el periódico El Heraldo de México.
Brasil cumplió una fase de grupos perfecta con sus triunfos a Checoslovaquia por 4-1, por 1-0 sobre Inglaterra y 3-2 ante Rumania.
– Vecinos y sinodales –
Después de enfrentar a ese bloque europeo, los brasileños se toparon en el camino con dos difíciles adversarios sudamericanos. En cuartos de final, el rival fue Perú que tenía hombres virtuosos como Hugo Sotil, Teófilo Cubillas, Pedro León y Alberto Gallardo. A los incas los dirigía el legendario brasileño Didí, compañero de Zagallo en el bicampeonato mundial (1962), quien quedó con lágrimas en los ojos tras la derrota inca por 4-2.
En semifinales se presentó una controversia. Brasil debía trasladarse al estadio Azteca de la Ciudad de México (2.200 metros de altitud) para enfrentar a Uruguay, pero pidieron quedarse en Guadalajara (1.500 metros) y la FIFA se lo concedió, pese a la fuerte protesta de la delegación charrúa.
El partido se jugó en el estadio Jalisco. Uruguay fue mejor en el primer tiempo y se puso en ventaja, pero Brasil vino de atrás, empató antes del descanso y en la segunda mitad se impuso 3-1 en medio de muchas fricciones. “El cambio de cancha propició la derrota”, lamentó Juan Hogbergh, técnico de la Celeste. “En la Ciudad de México el resultado hubiera sido otro”, vaticinó.
– El duelo por la Rimet –
La final se jugó en el estadio Azteca 21 de junio, y enfrentó a dos bicampeones Mundiales: Brasil(1958 y 1962) e Italia (1934 y 1938). El ganador se quedaría con la Copa Jules Rimet para siempre. La Seleçao atacaba con inspiración y versatilidad. La Squadra Azzurra iba al frente en ráfagas ofensivas. Los sudamericanos defendían en zona, los europeos presionaban hombre a hombre.
El bando italiano también tenía sus divos: Giacinto Facchetti, Sandro Mazzola, Gigi Riva, Roberto Boninsegna y Gianni Rivera. Este último miraba con respeto a los astros de la ofensiva brasileña: “los cinco son capaces de resolver un partido”.
De cara al último partido mundialista, el italiano Tarcisio Burgnich veía con asombro al estelar brasileño: “Ese Pelé no es de este mundo, creo que viene de otro planeta más adelantado. Es un marciano”. El defensa italiano no estaba equivocado. A los 18 minutos, Rivellino mandó un centro al área y Pelé se levantó con un brinco descomunal para rematar de cabeza y hacer el 1-0, precisamente ante el marcaje de Burgnich. “Saltamos juntos, pero cuando yo estaba en la tierra él seguía en el aire”. Al 37, igualó Roberto Boninsegna, pero Brasil creció en el segundo tiempo. Al 66, Gerson hizo el 2-1 con un zurdazo desde fuera del área. Jairzinho anotó por sexto partido consecutivo –sólo él ha logrado anotar en todos los juegos de un Mundial y ser campeón- con un toquecito dentro del área chica al 71 para el 3-1. Toda la belleza que Brasil ofreció en ese Mundial fue resumida al 87 en una secuencia de pases en la que participaron Tostao, Piazza, Gerson, Clodoaldo, Rivellino, Jairzinho, Pelé y Carlos Alberto, el autor del 4-1 con un disparo cruzado. Fueron 29 segundos de magia y placer. El defensa reveló que Zagallo “nos dijo que si los italianos se iban a la ofensiva, se debían mover para la izquierda. El lado derecho tenía que estar abierto para hacer posible mi acceso”. Así, con tres meses en la dirección técnica de Brasil, Zagallo pasó a la historia como el autor intelectual del tricampeonato mundial y la obtención para siempre de la Copa Jules Rimet.