Los cipayos neoliberales de y contra Putin

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La guerra en Europa sigue su curso hacia la instalación de la barbarie en todo el Continente, con riegos explosivos de desestabilizar al mundo. Lo sucedido en Rusia revela profundas contradicciones en el frente de batalla. El intento de golpe de Estado a Vladimir Putin por parte de su brazo armado no ha sido menor y ha puesto de manifiesto una crisis militar que más bien explica una crisis económica muy radical que en medida que se deteriore seguirá mostrando sus profundas contradicciones. 

El 23 de junio, Yevgueni Prigozhin dueño y líder de la Compañía Militar Privada (PMC) Wagner, se alzaba en armas contra “el mal que trae el liderazgo militar del país” en referencia al alto mando militar ruso, su objetivo según informó la prensa era avanzar hacía Moscú para recuperar el rumbo. En su primera declaración inicial culpó al alto mando de haber mentido en relación con Ucrania, que no había existido tal amenaza de la OTAN y que se había ido a la guerra con engaños.  

La PMC Wagner ha sido un factor clave en la guerra proxy que se vive en Ucrania. Este ejército de mercenarios ha logrado generar un avance importante en zonas en las que el ejército regular ruso ha tenido retrasos importantes. Las líneas rojas han sido establecidas por su capacidad de lucha irregular, y esto ha sido necesario en la medida que no estamos viviendo una guerra regular, al contrario, esta batalla de posiciones revela que los Estados aún no están listos para avanzar en una conflagración de mayor escala, esto no quiere decir que no lo intentarán, sino que están generando la capacidad productiva para poder hacerlo. 

Mucho se ha dicho ya sobre la naturaleza de este ejército de mercenarios, la mayoría de ellos han sido criminales y se les ofrece salir de la cárcel si aceptan ir al frente de batalla. Evidentemente la forma en cómo han sido contratados es profundamente neoliberal. No existen derechos sociales para estos parias sino más bien un esquema de liberación ante sus crímenes. 

El outsourcing de la guerra ayuda a generar menores costes al Estado por cada baja producida. No tiene que pagar los funerales ni la repatriación del cuerpo ni indemnizar a ninguna familia en la medida que no tienen una relación formal con el Estado. Esta fuerza de trabajo decadente acepta las condiciones que se le impone para acceder a su libertad y dinero. Evidentemente sus familias no tienen acceso a la seguridad social y no hay que reconocerles una pensión en dado caso de muerte. Estos cipayos modernos no luchan guerras por patriotas como la ultraderecha nacionalista rusa ha insistido sino por su necesidad económica.

Además, este esquema beneficia a una burguesía ultranacionalista a través de contratos con el Estado, es el jefe del Estado, en este caso Putin, quien determina quién se convierte en un burgués encargado de soportar y apuntalar al Estado mismo. Este capitalismo despótico neoliberal no está tan lejos del estalinismo que vivió Rusia todo el siglo XX. 

Sólo habría que recordar que Prigozhin ha sido conocido como el Chef de Putin, y es que su fortuna se amasó en primer lugar por jugosos contratos de servicios de catering que proporcionaba a todo el Estado ruso. Después pudo incursionar en el negocio de la guerra. 

La derecha ultranacionalista ha sido benéfica para Putin en su esquema por radicalizar su discurso en torno a la diferencia cultural con Occidente, la movilización social que ha emprendido tiene que ver fundamentalmente con que Rusia enfrenta un choque civilizatorio, que la forma de ser rusa está comprometida por la decadencia de los valores occidentales. De un plumazo esta narrativa reaccionaria ha querido dejar de lado la crisis económica, pero por más que su intento discursivo haya permeado en un primer momento en las masas sociales, las condiciones de vida debido a la degradación económica han empeorado. 

Ante la crisis económica, Putin no responsabilizó al sistema económico, al contrario, se reforzó en una economía que pudiera dejar de reconocer derechos sociales, pero que fuera controlada autoritariamente por su liderazgo. Un neoliberalismo aplicado desde el Estado, pero sin que la nueva clase burguesa producida por la venta de activos pudiera separarse del poder nuclear militar, pero se encontró con un problema muy serio, y es que al empezar a recibir sanciones de Estados Unidos y a ser aislado del mercado mundial, su acceso limitado al mercado reveló la incapacidad de Rusia por mantener a flote su capacidad industrial, no sólo la militar. 

De hecho, uno de los mensajes que lanzó Putin contra la asonada de Prigozhin fue que no se debía cometer el mismo error de la primera guerra mundial, cuando se optó por rendirse porque el país se encontraba en una guerra civil a su interior. En el discurso responsabilizó a aquellos que tumbaron al gobierno y establecieron una revuelta. Es decir, para Putin el gran fracaso del siglo XX se debió a que Lenin pudo acceder al poder porque estimuló una guerra civil para quitar al Zar Nicolás II y que eso debilitó la posición de Rusia en el mundo. 

No es sorpresa para nadie mínimamente informado que Putin sea un anticomunista consumado, pero lo importante de su declaración es que revela las profundas contradicciones que ahora mismo está viviendo Rusia derivado de las sanciones económicas, y es que en la medida que la burguesía rusa neoliberal estaba conectada con el mercado mundial mucha de esta pudo sacar sus activos antes de que la guerra los atrapara en Rusia, no sólo eso, lo más importante de todo esto es que la capacidad industrial no está pudiendo resolver los problemas de abastecimiento que antes se le resolvían en otras partes del mundo y que en la medida del bloqueo de las transacciones se la ha complicado demasiado por acceder a esos productos. 

La guerra lejos de recuperar la tasa de ganancia y estabilizar la economía rusa, más bien está generando profundas diferencias entre el Estado ruso y la burguesía ultranacionalista. Al final del día el petróleo y el gas se han vuelto insuficientes para poder mantener una estabilidad económica. Y esta es la trampa de la que Putin quiere salir. El que Prigozhin se haya atrevido a avanzar con su ejército irregular muestra que existen sectores dentro del propio ejército regular dispuestos a acompañarlos, ¿no será que cierto sector de la burguesía rusa está intentado hacer a un lado a Putin para negociar la paz con Ucrania y dejar de lado las sanciones económicas? Todo apunta a que sí, a que Putin está viviendo una revuelta conservadora. 

En mayo el Washington Post publicó una entrevista en donde Zelenski reconocía que existía un canal de comunicación entre él y Prigozhin. Al parecer el acuerdo era prolongar la guerra en medida que avanzaba un acuerdo de paz con sectores más afectos a occidente. Desde este foco, la asonada de “la marcha de la justicia” de Prigozhin adquiere sentido, le resta fuerza Putin y lo deja en condiciones menos favorables para una negociación. Prigozhin se vuelve un propagandista en su contra y en especial contra sus jefes militares Shoigú y Gerásimov. Esto no quiere decir que Prigozhin haya sido comprado por el otro lado como cualquier mercenario, más bien parece revelar un hartazgo de la burguesía que acompaña el negocio de la guerra por las sanciones que les han caído encima y mismas que les han restado capacidad económica.

Por eso resultaba revelador que Putin en esta ocasión no culpó a una mano extranjera intentado dividir, sino que habían sido “las ambiciones excesivas y los intereses personales que han llevado a la traición”. Putin se ve como el Zar Nicolás entre dos frentes, el de la OTAN y el de la burguesía neoliberal que él mismo ayudó a consolidar. 

Es cierto que la actitud de Prigozhin en un primer momento obedeció a que la cúpula militar disolvía su negocio al integrar a PMC Wagner al ejército regular de Rusia. Pero eso ni de lejos explica su osadía por intentar marchar sobre Rusia hacía Moscú. La descomposición social producida por la decadencia del capitalismo ruso apenas está comenzando, la guerra empieza a surtir efectos en todos los involucrados. La barbarie sigue su curso.  

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